Maldita by Thomas Wheeler

Maldita by Thomas Wheeler

autor:Thomas Wheeler [Wheeler, Thomas]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Fantástico, Juvenil
editor: ePubLibre
publicado: 2019-09-30T16:00:00+00:00


Todo a su tiempo, oraba Iris, porque por lo pronto debía concentrarse en el ataque de esa noche.

La aldea estaba en silencio cuando arribaron. Eso era bueno. Ella contó doce chozas de adobe. Las habitaban los Palustres, así que el aire repiqueteaba con los chirridos de las ranas y el ronroneo de los mosquitos. Por un momento le preocupó que las chozas no ardieran a causa de la humedad del ambiente. Con la mano izquierda preparó la honda y se sintió expuesta mientras los demás paladines se dispersaban para rodear la aldea y ella sola —la Primera Portadora— conducía su caballo al centro de la aldea. Le sorprendió que no hubiese perros, la ausencia de exploradores y vigías nocturnos. Sólo un cerdo hurgaba en un huerto de coles y acelgas. ¿Dónde están los perros?, se preguntó.

Evolucionó en círculos ansiosos fuera del Gran Salón del Jefe, la choza más grande de todas, provista de un techo de trenzadas ramas cenagosas reforzadas con cráneos de animales. Meció y lanzó su antorcha a la paja descubierta del frente y tomó de su silla la espada de doble filo, lista para quien quisiera huir.

El salón fue envuelto en segundos por el fuego. Aunque ella esperó, con el puño tenso en el centro de su arma, nadie huyó. Aguardó más de lo que tardaría un ser vivo en asarse en el Gran Salón del Jefe hasta que por fin un grito rasgó el velo de la noche.

Pero no provenía del Salón.

Volteó y vio que un paladín cruzaba a galope la aldea con una larga flecha atravesada en el cuello. Su garganta bullía cuando corrió junto a ella y pisoteaba el huerto de coles antes de caer en la poco profunda ciénaga. Más gritos rasgaron la noche al momento en que una flecha silbó y fue a impactarse en el flanco derecho del caballo de Iris, el cual giró y retrocedió contra la pared llameante y derruida del Gran Salón del Jefe. Iris cayó de cabeza sobre una bola de fuego de ramas secas.

Sus gritos la forzaron a aspirar las flamas. La sotana se le encendió como una antorcha en tanto se apoyaba en carbones ardientes para ponerse en pie. Sus ojos se inflamaron y cerraron y la aldea en torno suyo quedó reducida a puntos minúsculos y distantes. Aunque estaba consciente del caos, no oía otra cosa que el crujido y crepitación de sus ropas, y de su carne debajo de ellas.

Guerrera hasta la médula, debió aprender a soportar el dolor desde que tenía uso de razón, para poder pensar con los pies bien puestos sobre la tierra. Invocó esta habilidad al tiempo que se desnudaba y corría con todas las fuerzas que le restaban a los pantanos repletos de serpientes en las lindes de la aldea. Tan pronto como se desplomó sobre el fango cubierto de carrizos, su cuerpo despidió una vaharada. Sabía que el fuego había hecho estragos en ella y la insensibilidad de su piel no la consoló. Comprendió que ése era apenas el preludio de la tortura por venir.



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